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Quiero la cabeza de León

 El último 31 de agosto yo llevaba 22 días trabajando como asesor de prensa de Alvaro Vidal, presidente de Essalud. Esa mañana me citó para el mediodía en su despacho. A la hora señalada y frente a dos testigos que él puso, me dijo con una sonrisa cuarteada: “Sabes?, esto que voy a decirte ya estaba decidido la semana pasada, pero he querido que pase este feriado largo para no malograrte la fiesta; ahora sí, debo pedirte tu carta de renuncia; ya sabes, se trata de Blanca Rosales”. Mi primera reacción fue buscar la mirada del funcionario y observar a los testigos. El primero posaba la vista en la mesa, aquellos miraban al techo. Rebusqué de memoria en el pasado. 

Integrante de la Juventud Comunista (Moscú) en los años 60, Rosales fue durante una temporada reportera de Unidad, Expreso y El Nacional; luego editora en El Mundo, donde también trabajé sin hacer mucha amistad con ella. En noviembre de 1981, con Thorndike y 40 periodistas, habíamos fundado La República, donde estuve hasta 1994, mientras ella entraba en 1995, para salir en el 2000. De inmediato BR fue comentarista en Canal 10, comprado a fines de 1999 por el ministerio de Defensa, vía Vladimiro Montesinos.

Pasada esa temporada tuvo un tiempo en COFIDE presidido por Salomón Lerner, cuya confianza cultiva con dedicación. Hoy Rosales se desempeña como asesora de prensa en Palacio de Gobierno, volcada a organizar una red informativa estatal con vocación de pulpo orejudo.

Pero volvamos a mi historia. En julio de este año me había incorporado al equipo de Vidal. Nos preparábamos para operar en las tripas de EsSalud, donde entramos el 9 de agosto. Hallamos lo que esperábamos. Caos y corrupción de pies a cabeza. Escuché, leí y alisté mi plan de trabajo. A la semana, saliendo del Canal 7, de sopetón, Vidal me pregunta qué problemas tenía yo con Rosales. “Ese es un asunto personal”, le respondí. “Nada que deba preocuparte”.

Cinco días después, durante un desayuno en Rovegno, Vidal reintrodujo el tema. Quiero organizar un almuerzo o cena con ella, ¿irías?; ¿qué es lo que ha pasado?, escarbó. Le conté que en un informe de Beto Ortiz, en Canal 5, yo había respaldado en público la credibilidad de tres colegas que la acusaron de haber sido nexo de La República con Montesinos. El informe le había valido un juicio a Ortiz con sentencia adversa, que cambió por unas disculpas. Al médico no pareció interesarle mi versión. Reiteró su propuesta de una cena formal, “para arreglar estas cosas que no me dejan trabajar tranquilo”, justificó.  “Si tú quieres”, respondí con desgano.

 Ultimatum

Ese miércoles 31 la intriga desembocaba, esta vez con ultimátum. Vidal ya había sido empujado a cortar por lo sano. El pulgar derecho y las cejas alzadas sugerían que desde muy alto pedían mi cabeza. Habló del poder e influencia de la susodicha.

Sus mudos testigos eran el abogado Christian Sánchez y el médico César Carlín. “Ellos son de mi confianza y quiero que estén aquí”, explicó Vidal sus presencias. Exigí que me diga por qué me dejaba sin trabajo, dado que lo de Rosales no soportaba ningún análisis, pues eso calificaba como asunto personal. Subrayé que lo mío no era antecedente delictivo, ni siquiera judicial.  Vidal replicó que ella me acusaba “de haberla ofendido; pero el problema es que tiene poder”. Sonaba a mafia en el Rímac, Sicilia en la Plaza de Armas.

“Creo que no entiendes lo qué es un asunto personal en el mundo del derecho; no tiene nada que ver con mi trabajo, ella no tiene nada que hacer aquí”, insistí con ira apenas contenida. Vidal volvió: “Quiero tu renuncia, ahora”. Ante mi negativa el médico sacó un conejo del sombrero. “Tú sabes que he venido acá para cambiar este organismo corrupto, eso es lo principal; lo importante aquí es la misión que se me ha encargado; de modo que no hay nada personal”.

Cachaciento, contrataqué: “¿Así que para empezar a luchar contra la corrupción, me sacas a mí primero? Vidal se puso de pie, se dirigió a su escritorio y –patético- sacó de allí la boleta con su primer sueldo. Registraba algo más de 9 mil soles por 21 días trabajados. “Yo no estoy aquí por plata, (alzó la voz), mira lo que gano, he venido a cumplir con un encargo político y eso es lo importante”. Ira y lástima se me acumularon.

Le increpé: “¿De dónde viene la orden, de la Base Naval o de la Plaza de Armas?” De pronto el médico recordó una cita, se puso de pie y salió. “Quiero tu renuncia ahora”, fue lo último que escuché. “No la tendrás”, alcancé a contestarle. Sin despedirme de sus tucuyricus, opté por pasear la explanada del Rebagliatti.

El 6 de septiembre un conserje llevó a mi casa la Resolución de Presidencia Ejecutiva 799, que me retiraba la confianza extendida por el presidente para ejercer el puesto y “daba por concluida mi designación, porque las razones” (de esa confianza) “habían quedado insubsistentes”.

Semanas después supe, por una versión de absoluta credibilidad, que el periodista Juan de la Puente, columnista de La República, también había intimidado a Vidal para que tome la determinación de sacarme de EsSalud, “si no quería echarse un periódico encima”. La fresa en la torta. Recordé que en abril de 1997 La República informaba que su editora general había sido secuestrada junto con De la Puente por cuatro sujetos armados, quienes les habían disparado igual número de balazos sin acertar ninguno.

Sobre el caso Caretas tituló esa semana Sospechosos Comunes. Añadió: Curiosas características de un secuestro al paso sin heridos ni botín. “No robaron ni el auto ni las pertenencias de la periodista. Se limitaron a dejarla en la calle con una amenaza de muerte como despedida”, concluía la crónica. Ella aseguraría su permanencia en el cargo hasta el 2000.

Como se ve, una amistad de antigua data, cimentada en las ligas mayores de la escatología periodística, embozados bajo el nombre de un diario que en estos días cumplió sus primeros 30 años. Precisamente el sábado 26, reunidos unos 40 fundadores de ese diario para celebrar por nuestra cuenta el acontecimiento, escuché hasta tres versiones de los palaciegos. Se me pusieron los pelos de punta.

 

Cambió pene por ministerio

A fines de julio el médico internista Alvaro Vidal esperaba con cierta seguridad su designación como ministro de Salud del gobierno de Ollanta Humala. El domingo 31 el flamante presidente lo decepcionó. Reveló que el cargo era para Alfredo Tejada, otro médico, pero circunscrito a vías urinarias. -¿Qué pasó?, pregunté. La explicación que recibí fue que el hombre le había hecho un implante de pene a quien luego lo propondría para el cargo. Entre risas comentamos. Un pene duro, bien vale un ministerio.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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